Un
vórtice político y emocional no ha permitido pensar en cambios en estrategias y
tácticas
CLODOVALDO
HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
Viernes
13 de septiembre de 2013
En
una entrevista publicada en marzo, José Vicente Rangel afirmó que el mejor
aporte que podía hacer Nicolás Maduro al proceso era "ser él mismo".
Indirectamente aconsejaba al entonces candidato presidencial, lo apercibía
sobre el riesgo de emular al comandante Hugo Chávez. "Esas imitaciones
suelen ser grotescas", sentenció.
Han
pasado seis meses de esa entrevista y el balance que hago (en estricta primera
persona) es que el jefe del Estado ha intentado acatar el consejo que le
ofreció Rangel -y, seguramente, otros asesores también-, pero lo ha logrado de
una manera intermitente: a veces sí, a veces no. Algunos días nos encontramos
en la televisión con el líder sindical a quien las volteretas de la vida ha
llevado a desempeñar la Presidencia, es decir, con el genuino Nicolás Maduro.
Otros días vemos una suerte de versión de Chávez que no logra otro efecto que
el de subrayar el vacío descomunal que sigue generando la ausencia del jefe máximo.
Esa
especie de ambivalencia de imagen angustia y desconcierta a la militancia
revolucionaria e, incluso, a muchos antichavistas que eran felices con Chávez y
no lo sabían. "Ay, no sé, mijo -me dice una doña muy chavista-, Nicolás
sale un día vestido normalito y se le nota muy relajado, hablando con la gente,
diciendo lo que tiene que decir, pero al día siguiente aparece con un sombrero
y una ropa que no le cuadran... es como si estuviera disfrazado. Y en esos días
dice cosas que tampoco cuadran".
Esencialmente
estoy de acuerdo con ese análisis salido de la base misma, pero entiendo las
circunstancias de Maduro. Lo que le ha tocado enfrentar es una de las tareas
más difíciles que pudo haber encarado venezolano alguno en este tiempo, razón
más que suficiente para estar agobiado. Ocupar el espacio de un liderazgo de
alcance histórico e internacional no hubiese resultado sencillo para nadie, ni
siquiera para quien, como ocurrió en su caso, fue ungido por el mismo líder.
Además, en el fenómeno planteado hay una especie de falla de origen. Las
características tan peculiares de Chávez habían dado origen a un modelo de
interacción con el colectivo y a una forma de proyección pública también muy
peculiares. Esos esquemas han continuado operando, sin muchas adaptaciones,
para las interacciones y la proyección pública de Maduro, y la diferencia se
nota, por más que el protagonista ha hecho unos esfuerzos que no pueden
calificarse sino de heroicos.
Todo
indica que el vórtice político y emocional de estos seis meses no ha permitido
pensar en esos cambios tan necesarios en las estrategias y las tácticas. El
mismo vórtice que, seguramente, le ha impedido a Maduro asumir, sin
intermitencias, el consejo del viejo lobo de mar.
clodoher@yahoo.com
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