RICARDO
COMBELLAS | EL UNIVERSAL
Martes 12
de noviembre de 2013
Los
hombres de 1999 me recuerdan hoy el año 1899 y el célebre lema de la
"revolución liberal restauradora" de Cipriano Castro: "Nuevos
hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos". Enfatizo hoy y no
precisamente en el año 1999, pues me solidaricé con ellos, firmé la
Constitución y abandoné el barco con una gran frustración, luego de
avizorar críticamente (allí están mis testimonios periodísticos para
comprobarlo), las tendencias personalistas y autoritarias que avasallarían el
proceso. En efecto, al igual que en el pasado tenemos nuevos hombres en el
poder, ello es cierto, pero los ideales se convirtieron pronto en papel mojado,
mientras los procedimientos, antes como ahora, estuvieron al servicio descarado
del poder, hicieron de la Carta Magna una constitución de papel y sustituyeron
el "gobierno de las leyes" por el "gobierno de los
hombres".
Los hombres del 99 han sido grandes destructores, al volver fácilmente cenizas las alicaídas estructuras políticas de la para entonces ya moribunda IV República. Cumplieron así con una faz necesaria de toda revolución que se precie de serlo, intentar aniquilar el pasado, pero a diferencia de las grandes revoluciones, su poder creativo deja mucho que desear por más que se radicalice el cambio en las nomenclaturas, se estatuya una nueva historia oficial y se transforme (por cierto que degradándolo) el lenguaje político. ¿Dónde se haya el resorte último que mueve las acciones de los hombres del 99? No existe sobre el particular consenso entre la prolífica literatura, mucha de ella guiada por el hígado y el corazón, y no por cierto por la razón. En mi modesta opinión, ese resorte no es otro que el resentimiento, en palabras del maestro García-Pelayo, esa poderosa actitud psico-política de destrucción, que en nuestro caso ha sido incapaz de impulsar una auténtica transformación institucional. Ese resentimiento promueve el odio hacia el adversario, que pasa a ser el enemigo político a destruir, cultiva el pensamiento único y es profundamente hostil e intolerante con los que nos atrevemos a pensar diferente.
John Maynard Keynes, el genial economista que transformó para siempre, malgré los trasnochados neoliberales, la visión y la lógica del capitalismo, escribió en alguna parte unas palabras cautivantes, llenas de sabiduría: "El problema político de la humanidad consiste en combinar tres ingredientes: Eficacia económica, justicia social y libertad individual. El primero precisa crítica, cautela y conocimiento técnico; el segundo, un espíritu generoso y entusiasta que ame al hombre común y corriente; y el tercero, tolerancia, amplitud de miras, valoración de las excelencias de la variedad y la independencia, y que prefiera, por encima de ninguna otra cosa, ofrecer oportunidades sin ningún tipo de obstáculos, a quien es excepcional y tiene aspiraciones".
Los hombres del 99 han sido grandes destructores, al volver fácilmente cenizas las alicaídas estructuras políticas de la para entonces ya moribunda IV República. Cumplieron así con una faz necesaria de toda revolución que se precie de serlo, intentar aniquilar el pasado, pero a diferencia de las grandes revoluciones, su poder creativo deja mucho que desear por más que se radicalice el cambio en las nomenclaturas, se estatuya una nueva historia oficial y se transforme (por cierto que degradándolo) el lenguaje político. ¿Dónde se haya el resorte último que mueve las acciones de los hombres del 99? No existe sobre el particular consenso entre la prolífica literatura, mucha de ella guiada por el hígado y el corazón, y no por cierto por la razón. En mi modesta opinión, ese resorte no es otro que el resentimiento, en palabras del maestro García-Pelayo, esa poderosa actitud psico-política de destrucción, que en nuestro caso ha sido incapaz de impulsar una auténtica transformación institucional. Ese resentimiento promueve el odio hacia el adversario, que pasa a ser el enemigo político a destruir, cultiva el pensamiento único y es profundamente hostil e intolerante con los que nos atrevemos a pensar diferente.
John Maynard Keynes, el genial economista que transformó para siempre, malgré los trasnochados neoliberales, la visión y la lógica del capitalismo, escribió en alguna parte unas palabras cautivantes, llenas de sabiduría: "El problema político de la humanidad consiste en combinar tres ingredientes: Eficacia económica, justicia social y libertad individual. El primero precisa crítica, cautela y conocimiento técnico; el segundo, un espíritu generoso y entusiasta que ame al hombre común y corriente; y el tercero, tolerancia, amplitud de miras, valoración de las excelencias de la variedad y la independencia, y que prefiera, por encima de ninguna otra cosa, ofrecer oportunidades sin ningún tipo de obstáculos, a quien es excepcional y tiene aspiraciones".
La V República no ha resuelto ninguno de los tres
problemas: Las erráticas políticas económicas ensayadas en estos tres lustros
han resultado en un estrepitoso fracaso; cierto que se ha mostrado una
innegable preocupación social por los pobres y el mejoramiento de su condición,
de la que se había olvidado la IV República en sus últimos estertores, pero
ello no ha redundado en beneficio de la construcción de un sólido sistema de
seguridad social ni del fortalecimiento de la red pública de
hospitales a lo largo y ancho del país; por último, la restricción de las
libertades civiles es palpable en la elaboración de toda suerte de regulaciones
y amenazas de sanciones, dentro de un crudo y exagerado estatismo que ha
coartado la sagrada libertad del hombre en desarrollar sus potencialidades,
innovar y labrar con independencia su propio destino.
Sea cual sea el destino de la V República y, por ende, de los hombres del 99, más aún después de desaparecido su líder, el carismático Hugo Chávez, e independientemente de que sus sucesores logren "rutinizar" su carisma, Venezuela ni es ni ya nunca más será igual. Dos tareas inmensas quedan pendientes, verdaderos retos para el porvenir: superar la polarización, de lado y lado, a través del reconocimiento del otro y el diálogo fecundo, y retomar el camino democrático, sin venganzas ni atropellos, donde, si nos reconocemos como auténticos demócratas, todos generosamente podremos por encima de las diferencias andar juntos.
ricardojcombellas@gmail.com
Sea cual sea el destino de la V República y, por ende, de los hombres del 99, más aún después de desaparecido su líder, el carismático Hugo Chávez, e independientemente de que sus sucesores logren "rutinizar" su carisma, Venezuela ni es ni ya nunca más será igual. Dos tareas inmensas quedan pendientes, verdaderos retos para el porvenir: superar la polarización, de lado y lado, a través del reconocimiento del otro y el diálogo fecundo, y retomar el camino democrático, sin venganzas ni atropellos, donde, si nos reconocemos como auténticos demócratas, todos generosamente podremos por encima de las diferencias andar juntos.
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