AGUSTÍN
ALBORNOZ S. | EL UNIVERSAL
Viernes
25 de octubre de 2013
En una
reunión en la que me encontraba hace pocos días algo me llamó mucho la
atención: la vehemencia con que algunas de las personas que hablaban se oponían
a los razonamientos de otras que eran contrarios a su parecer. Meditando
posteriormente sobre este hecho, recordé con claridad dos cosas de ese
instante: 1. Que siempre había un ímpetu marcado en las respuestas, y 2. Que
ese ímpetu solo se presentaba cuando la opinión de quien lo manifestaba era
contraria a la de la persona a quien se dirigía.
Es realmente curioso lo que sucedió ese día, ya que si bien es muy normal que las personas tengamos opiniones diferentes con respecto a muchos asuntos, lo que parece llamativo es que esas diferencias se planteen muchas veces con demasiada fogosidad, la cual puede rayar hasta en algo de violencia. En varias ocasiones hemos comentado sobre el tema de que en los tiempos que vivimos actualmente, en los que los valores éticos y morales brillan a menudo por su ausencia, tenemos que procurar hablar claro y llamar a las cosas por su nombre.
Ahora bien, el hecho de hablar claro de ninguna manera significa hacerlo de una forma demasiado apasionada, salvo en algún escenario y momento que lo amerite de verdad, porque al ponerle excesivo fuego a nuestros planteamientos lo más probable es que terminen en situaciones inconvenientes que como mínimo incluyan el irrespeto como ingrediente principal, y si estamos hablando de la necesidad de incorporar más los valores a nuestro diario vivir, de esa manera no lo vamos a lograr.
Por otra parte, ese mismo evento comentado me hizo pensar además sobre otra cuestión: ni una sola de esas veces que observé el mencionado apasionamiento para oponerse al argumento de la otra persona, se manifestó cuando había algún tema en el que no habían diferencias y estaban de acuerdo. Esto me hizo reflexionar aún más, al recordar que eso es algo muy común que uno lee en las noticias, observa en la calle, etc. Es decir, que es muy frecuente que cuando tenemos diferencias con otras personas reaccionemos con vehemencia para dejarlas claras; en cambio cuando hay argumentos que nos unen no los expresamos de la misma manera, si es que los expresamos.
Dicho de otra forma, pareciera que estamos muy dispuestos a pelearnos por nuestras diferencias pero no a apreciarnos y estimularnos por los temas en que concordamos, sobre todo si es para el bien común. Y algo más serio aún, parece que los seres humanos que vivimos en esta época estamos muy dispuestos a atacar lo que consideramos que otras personas hacen mal; este hecho no es que sea inconveniente de por sí, ya que si algo es evidente que está mal deberíamos estar dispuestos a hacer algo al respecto, solo con la debida aclaratoria de que nos aseguremos de que realmente es lo que pensamos y no solo es la opinión de alguien o es algo que me dijeron que era así.
Pero donde quisiera emplear el énfasis mayor en este instante es en invitar a nuestros apreciados lectores a manifestar aun mayor ímpetu y vehemencia a la hora de defender y apoyar el bien, donde quiera que éste se encuentre. Creo de corazón que si bien es importante oponernos al mal, donde quiera que se ubique, es más urgente y significativo que apoyemos y estimulemos el bien, donde quiera que se encuentre. Y lo creo por muchas razones de las cuales quisiera mencionar dos en este momento: 1. Creo firmemente que la única manera de ser feliz de verdad es apoyando y haciendo el bien, y 2. Por el magnífico ejemplo que podemos dar (y deberíamos dar) a nuestros niños y jóvenes al hacerlo, para que ellos tengan más posibilidades de un futuro mejor. Y si le ponemos más corazón, vehemencia y más ímpetu, mejor.
Las fuerzas que se asocian para el bien no se suman, se multiplican Concepción Arenal
agusal77@gmail.com
@agusal77
Es realmente curioso lo que sucedió ese día, ya que si bien es muy normal que las personas tengamos opiniones diferentes con respecto a muchos asuntos, lo que parece llamativo es que esas diferencias se planteen muchas veces con demasiada fogosidad, la cual puede rayar hasta en algo de violencia. En varias ocasiones hemos comentado sobre el tema de que en los tiempos que vivimos actualmente, en los que los valores éticos y morales brillan a menudo por su ausencia, tenemos que procurar hablar claro y llamar a las cosas por su nombre.
Ahora bien, el hecho de hablar claro de ninguna manera significa hacerlo de una forma demasiado apasionada, salvo en algún escenario y momento que lo amerite de verdad, porque al ponerle excesivo fuego a nuestros planteamientos lo más probable es que terminen en situaciones inconvenientes que como mínimo incluyan el irrespeto como ingrediente principal, y si estamos hablando de la necesidad de incorporar más los valores a nuestro diario vivir, de esa manera no lo vamos a lograr.
Por otra parte, ese mismo evento comentado me hizo pensar además sobre otra cuestión: ni una sola de esas veces que observé el mencionado apasionamiento para oponerse al argumento de la otra persona, se manifestó cuando había algún tema en el que no habían diferencias y estaban de acuerdo. Esto me hizo reflexionar aún más, al recordar que eso es algo muy común que uno lee en las noticias, observa en la calle, etc. Es decir, que es muy frecuente que cuando tenemos diferencias con otras personas reaccionemos con vehemencia para dejarlas claras; en cambio cuando hay argumentos que nos unen no los expresamos de la misma manera, si es que los expresamos.
Dicho de otra forma, pareciera que estamos muy dispuestos a pelearnos por nuestras diferencias pero no a apreciarnos y estimularnos por los temas en que concordamos, sobre todo si es para el bien común. Y algo más serio aún, parece que los seres humanos que vivimos en esta época estamos muy dispuestos a atacar lo que consideramos que otras personas hacen mal; este hecho no es que sea inconveniente de por sí, ya que si algo es evidente que está mal deberíamos estar dispuestos a hacer algo al respecto, solo con la debida aclaratoria de que nos aseguremos de que realmente es lo que pensamos y no solo es la opinión de alguien o es algo que me dijeron que era así.
Pero donde quisiera emplear el énfasis mayor en este instante es en invitar a nuestros apreciados lectores a manifestar aun mayor ímpetu y vehemencia a la hora de defender y apoyar el bien, donde quiera que éste se encuentre. Creo de corazón que si bien es importante oponernos al mal, donde quiera que se ubique, es más urgente y significativo que apoyemos y estimulemos el bien, donde quiera que se encuentre. Y lo creo por muchas razones de las cuales quisiera mencionar dos en este momento: 1. Creo firmemente que la única manera de ser feliz de verdad es apoyando y haciendo el bien, y 2. Por el magnífico ejemplo que podemos dar (y deberíamos dar) a nuestros niños y jóvenes al hacerlo, para que ellos tengan más posibilidades de un futuro mejor. Y si le ponemos más corazón, vehemencia y más ímpetu, mejor.
Las fuerzas que se asocian para el bien no se suman, se multiplican Concepción Arenal
agusal77@gmail.com
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