WILLIAM
ANSEUME | EL UNIVERSAL
Lunes 7
de octubre de 2013
¿Alguien
puede explicar para qué existe un, así llamado, Ministerio del Interior,
Justicia y Paz? Si nos damos cuenta del interior y lo que eso denomina, tal vez
tendría algún sentido lógico, pero ¿Justicia? ¿Paz? Eso no es aquí, ni es de
aquí. Tratemos de olvidar el "percance" de las maletas
"halladas" en Francia. Aun, pasemos por alto el maletín de
dólares descubierto en Argentina, a tal punto que todo envoltorio made
in Venezuela resultará sospechoso en cuanta aduana, aeropuerto, puerto o
cortapisa similar exista en el mundo. Uno piensa que fueron esas las que
descubrieron, ¿y las que no? Pero insisto: no es el tema que hoy me ocupa,
aunque pesa para lo que quiero decir. Eso debe ser el interior, el contenido de
lo en-cubierto. Me explayo un poco más en lo otro: justicia y paz.
La justicia ha andado extraviada por mucho tiempo; más ahora; resulta como el aceite, la harina (cualquiera), el café, el azúcar... forma parte de eso que los venezolanos hemos dado en acostumbrarnos en llamar la escasez o las escaseces, cada vez más amplias, a sabiendas de que la verdadera carencia está en otro lado, en algunas sillas ministeriales, presidenciales, en curules de asambleas, concejos, alcaldías y otras posibilidades gubernamentales. ¿Cuál justicia? ¿Dónde buscarla y encontrarla? ¿La de los pranes? ¿Los ajusticiamientos? ¿Es que aquí se instauró una especie de velada pena de muerte desconocida para algunos y sabida por la mayoría, o cómo es qué es la cosa? Algunas noticias horrorizan. Y zas, el gobiernito la enfila contra los medios que divulgan la información, por apátridas y terroristas. Jamás estuvo en nuestro país tan prostituida y entregada al Ejecutivo Nacional lo que denominamos la justicia, como un lejanísimo recuerdo, vago y corrupto. Dejó de ser, hace mucho, equilibrada y ciega.
Precisamente, porque entre otras cosas no hay justicia, no puede haber paz, no la habrá mientras la violencia se adueñe más y más del lenguaje, de las acciones, de este descalabro que llamamos país todavía, como si lo delineara alguna grandeza. Algunos ejemplitos al voleo: cerca de su casa vive un criminalito; usted lo sabe, lo denuncia, lo cogen manos en la masa, lo sueltan a los días, se siente libre y poderoso; mientras usted sufre justo lo contrario, se achicopala, hasta el ya no más. Él persiste y usted ruega por no ser la próxima víctima recurrente de su criminalidad indetenida. ¿Es justo? Usted, amparado en la Constitución tiene su propiedad privada y pasa un funcionario, de alto o mediano rango, y propala un "exprópiese" y se le revuelca la vida en el estómago. ¿Es justo? Y así: le cierran el negocito, porque ser rico es malo, lo roba el gobierno y la delincuencia; encima lo acusan de ser un acaparador y de propiciar paros o acciones "silenciosas", de conspirar, de ser un terrorista más avezado que Carlos el Chacal o que cualquier etarra con alguna buenura en el país. El presidente y sus improperios, los ministros y sus ejecuciones, las ejecuciones de los choros, las de los policías, las de choros contra policías y las de los policías contra los choros, las de los que no son ni choros ni nada y caen "abatidos" por error, porque andaban por ahí. Los secuestros, rápidos o tardíos. Este maremágnum de balas, de armas, de gente armada por el gobierno, dentro y fuera de las fuerzas policiales, militares, paramilitares, milicias. Te agachas y pasan silbando las balas y su producto final: los muertos; repletan morgues. Esta indolencia colectiva, desde donde se percibe normal cerca de quinientos cadáveres en Caracas. La pena de muerte no es legal en nuestro país, como casi nada de lo que ocurre. Es eso parte sustancial de este inmenso problema. No necesitamos armas sino desarmarnos, civilizarnos más en lugar de militarizarnos y jugar con milicias.
Ayuda muy poco a esto el mensaje de "hago lo que me provoca porque soy dueño del poder". Ayudó poco irnos por un "me da la gana" de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, como si estuviéramos sobrados en su protección y defensa. El amague de soltar algunos militaritos a la calle ya se vio presa de su inacción. El hampa desbordada no le teme al uniforme, lo vacila, le pasa por encima, lo aplasta y se lleva en los cachos a cuanto funcionario le coloquen delante o detrás. La única patria segura es la de ellos
Es un imponderable revisar nuestro fuero interno, el interior. Reformar la justicia completa; hacerla menos dependiente del poder político de turno y con aires de perpetuidad, aunque tan frágil. Crear una cultura de paz, para salir de esta guerra "silenciosa", esa sí es silente. Volver a tratarnos como gente dispuesta a la convivencia natural, al amor, a saludarnos, a dar paso, a ceder sin declinar, a respetar las propiedades, la existencia del otro, las canas, los adultos a los jóvenes y viceversa: Pero eso no sólo pasa por cambiar un ministro de adorno, de pastillaje, sino por cambiar este gobierno y su sistema de comiquita bélica.
wanseume@usb.ve
La justicia ha andado extraviada por mucho tiempo; más ahora; resulta como el aceite, la harina (cualquiera), el café, el azúcar... forma parte de eso que los venezolanos hemos dado en acostumbrarnos en llamar la escasez o las escaseces, cada vez más amplias, a sabiendas de que la verdadera carencia está en otro lado, en algunas sillas ministeriales, presidenciales, en curules de asambleas, concejos, alcaldías y otras posibilidades gubernamentales. ¿Cuál justicia? ¿Dónde buscarla y encontrarla? ¿La de los pranes? ¿Los ajusticiamientos? ¿Es que aquí se instauró una especie de velada pena de muerte desconocida para algunos y sabida por la mayoría, o cómo es qué es la cosa? Algunas noticias horrorizan. Y zas, el gobiernito la enfila contra los medios que divulgan la información, por apátridas y terroristas. Jamás estuvo en nuestro país tan prostituida y entregada al Ejecutivo Nacional lo que denominamos la justicia, como un lejanísimo recuerdo, vago y corrupto. Dejó de ser, hace mucho, equilibrada y ciega.
Precisamente, porque entre otras cosas no hay justicia, no puede haber paz, no la habrá mientras la violencia se adueñe más y más del lenguaje, de las acciones, de este descalabro que llamamos país todavía, como si lo delineara alguna grandeza. Algunos ejemplitos al voleo: cerca de su casa vive un criminalito; usted lo sabe, lo denuncia, lo cogen manos en la masa, lo sueltan a los días, se siente libre y poderoso; mientras usted sufre justo lo contrario, se achicopala, hasta el ya no más. Él persiste y usted ruega por no ser la próxima víctima recurrente de su criminalidad indetenida. ¿Es justo? Usted, amparado en la Constitución tiene su propiedad privada y pasa un funcionario, de alto o mediano rango, y propala un "exprópiese" y se le revuelca la vida en el estómago. ¿Es justo? Y así: le cierran el negocito, porque ser rico es malo, lo roba el gobierno y la delincuencia; encima lo acusan de ser un acaparador y de propiciar paros o acciones "silenciosas", de conspirar, de ser un terrorista más avezado que Carlos el Chacal o que cualquier etarra con alguna buenura en el país. El presidente y sus improperios, los ministros y sus ejecuciones, las ejecuciones de los choros, las de los policías, las de choros contra policías y las de los policías contra los choros, las de los que no son ni choros ni nada y caen "abatidos" por error, porque andaban por ahí. Los secuestros, rápidos o tardíos. Este maremágnum de balas, de armas, de gente armada por el gobierno, dentro y fuera de las fuerzas policiales, militares, paramilitares, milicias. Te agachas y pasan silbando las balas y su producto final: los muertos; repletan morgues. Esta indolencia colectiva, desde donde se percibe normal cerca de quinientos cadáveres en Caracas. La pena de muerte no es legal en nuestro país, como casi nada de lo que ocurre. Es eso parte sustancial de este inmenso problema. No necesitamos armas sino desarmarnos, civilizarnos más en lugar de militarizarnos y jugar con milicias.
Ayuda muy poco a esto el mensaje de "hago lo que me provoca porque soy dueño del poder". Ayudó poco irnos por un "me da la gana" de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, como si estuviéramos sobrados en su protección y defensa. El amague de soltar algunos militaritos a la calle ya se vio presa de su inacción. El hampa desbordada no le teme al uniforme, lo vacila, le pasa por encima, lo aplasta y se lleva en los cachos a cuanto funcionario le coloquen delante o detrás. La única patria segura es la de ellos
Es un imponderable revisar nuestro fuero interno, el interior. Reformar la justicia completa; hacerla menos dependiente del poder político de turno y con aires de perpetuidad, aunque tan frágil. Crear una cultura de paz, para salir de esta guerra "silenciosa", esa sí es silente. Volver a tratarnos como gente dispuesta a la convivencia natural, al amor, a saludarnos, a dar paso, a ceder sin declinar, a respetar las propiedades, la existencia del otro, las canas, los adultos a los jóvenes y viceversa: Pero eso no sólo pasa por cambiar un ministro de adorno, de pastillaje, sino por cambiar este gobierno y su sistema de comiquita bélica.
wanseume@usb.ve
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