martes, 8 de octubre de 2013

LA REPÚBLICA SIN INSTITUCIONES



RICARDO COMBELLAS |  EL UNIVERSAL

Martes 8 de octubre de 2013  

La república es una forma de vida y un haz de instituciones a través de las cuales se desarrollan sus cometidos y se alcanzan sus objetivos. La república no es, sin embargo, un puro esqueleto institucional, pues ella responde a un conjunto de valores (el amor a la patria, la solidaridad, la justicia), que se plasman en el comportamiento cotidiano de sus ciudadanos. Parafraseando a Montesquieu, su guía y estandarte es la virtud, capacidad gracias a la cual el ciudadano subordina sus intereses particulares al bien de la comunidad. La república moderna, a diferencia de la  antigua de naturaleza oligárquica, pretende ser una república democrática, cuyo desiderátum es, en la célebre frase de Lincoln, el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Pero no se olvide ello, la república es lo primero, es el sustrato que se sostiene en una creencia, mientras la democracia es lo segundo, su adjetivación en una idea, la fuente de legitimación de su gobierno, la voluntad popular.

Venezuela surgió independiente en el concierto de las naciones como una república, siendo que su experiencia democrática es verdaderamente corta, un ensayo de pocos lustros de duración. Nuestro drama está en que no hemos solidificado la república con instituciones ricas y fuertes, somos en muchos sentidos, duele decirlo, una república "epidérmica", no una república "densa". En efecto, el espíritu cívico no se ha encarnado suficientemente en las actitudes y comportamientos de sus ciudadanos, y la corrupción corroe inmisericordemente sus entrañas, traspasando con facilidad la débil red institucional construida para contenerla. El amor a la patria, súmmum axiológico de la república,  se convierte en un formalismo rutinario, de simple recordatorio simbólico en las efemérides consagradas para festejarlo.

El drama fundamental está, pienso yo, en nuestra incapacidad para construir instituciones fuertes, no sólo en crearlas, sino, donde fallamos más, en solidificarlas. Los ejemplos sobran, basta mencionar el protuberante tema constitucional: la Constitución, pináculo institucional de la república, ha revelado ser en nuestra accidentada historia, una permanente frustración. Poseemos en Latinoamérica, un continente por lo demás profuso en el tema, el triste récord de 26 constituciones. Como diría nuestro Cecilio Acosta, en palabras de contenido profundo: "Hacemos a cada rato constituciones como quien sopla pompas de  jabón, y la última es la mejor, de donde resulta que ninguna es buena, porque al fin viene otra que la fulmina. Es un sistema fatal en algunos pueblos el estar siempre en fábrica de leyes: resulta al fin que ninguna tienen, o que ninguna acatan, o que ninguna se consolida".

La locura constituyente que se cierne sobre el panorama político del presente, es expresión del republicanismo epidérmico que predomina en estas latitudes. Se piensa que cambiando la Constitución cambiará por arte de magia la realidad, pues a partir de entonces seremos más patriotas, más institucionalistas y mejores ciudadanos. ¡Tamaña candidez!, vagas ilusiones con que confortamos nuestro frustrado ego.

El duro ciclo de desinstitucionalización que vive nuestra flamante república, carcomida como está de los excesos cancerosos del personalismo, sólo se revierte con el trabajo tenaz y permanente de vivificar nuestras instituciones, hacerlas efectivamente funcionar y ponerlas al servicio del bienestar colectivo, lo cual revestirá en grado sumo, en la felicidad real de sus ciudadanos.

ricardojcombellas@gmail.com

 

http://www.eluniversal.com/opinion/131008/la-republica-sin-instituciones

 

 

@columnisyp_deop

 

 

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